La paz de Cristo en el Reino de Cristo
1 marzo, 2016Nuestra Señora Reina
1 marzo, 2016
El 13 de julio, la Iglesia chilena festeja a su hija más universal: Santa Teresa de Jesús de Los Andes. Ella es un símbolo del amor de Jesús hacia nuestra patria. Ahora bien, si todo santo es un ejemplo a seguir, ¿qué hay en la joven carmelita que pueda identificarnos? Quizá en el recuento de la vida de nuestra santa que en estas páginas le ofrecemos, encuentre usted, lector, la respuesta que el Espíritu Santo nos susurra en el fondo del corazón.
Santa Teresa nació en Santiago de Chile, el 13 de julio de 1900, en una familia católica y aristocrática. “Jesús no quiso que yo naciera como Él, pobre. Y nací en medio de las riquezas, mimada por todos” – escribe en su diario.
Ella era siempre el centro de las atenciones donde estuviera, por su amabilidad, gracia y simpatía. Era alegre y comunicativa, pero también seria y de un temperamento enérgico.
Cuando se trataba de jugar, era la primera de todas, la más animada, la más activa. En la hacienda Chacabuco, de sus padres, andaba a caballo montada de lado como una gran dama. Era difícil superarla en los paseos a galope con sus hermanos y primos.
En las vacaciones, en el balneario de Algarrobo –en un ambiente de pudor y compostura hoy difícil de imaginar– era una atrevida nadadora. Jugaba tenis. Salía de caminata con sus amistades.
Pero sobre todo contemplaba. En carta a una amiga, escribía: “No te puedes imaginar paisajes más bonitos que los que veíamos… colinas cubiertas de árboles y al fondo una abertura por donde se veía el mar, sobre el cual se reflejaban nubes de diversos colores. Y por atrás, el sol ocultándose. No puedes imaginarte cosa más linda, que hace pensar en Dios, que creó la tierra tan hermosa. ¿Qué será el Cielo? – me pregunto muchas veces.”
Y a la Madre Priora del Carmelo que la iba a acoger, le contaba: “El mar, en su inmensidad, me hace pensar en Dios, en su infinita grandeza. Siento entonces una sed de infinito.” Estando ya en el Carmelo, y sabiendo que su madre iría de vacaciones de nuevo a la misma playa, le escribía: “Cada vez que usted mire el mar, ame a Dios por mí, mamita querida.”
Festejada por todos
Sus compañeras de estudio la describen como una joven amable, suave en el trato, de maneras muy finas, firme y constante en la acción. Entretenida, divertida de carácter y sin complicaciones. Muy bonita, con hermosos ojos azules, nariz bien perfilada, tez blanca, bastante alta. Todas la festejaban. Tenía una linda voz de contralto y siempre le pedían que cantara.
Durante las vacaciones en la hacienda, muy temprano se dirigía a la capilla para saludar al Señor Sacramentado. Durante las tardes, después del rosario en familia, le pedían también que tocara el armonio, lo que hacía para agrado de todos, pero sobre todo de Dios. Escribía muy bien, y en el colegio obtenía las mejores notas en literatura, historia, religión y filosofía. Sus compañeras siempre buscaban su compañía y la llamaban cariñosamente “mater admirabilis”.
Las gracias místicas iluminarían su vida entera
A los diez años la pequeña Juanita hizo su Primera Comunión. Desde entonces, como le reveló a su confesor, el Padre Antonio Falgueras, SJ, “Nuestro Señor me hablaba después de comulgar; me decía cosas que yo no sospechaba. Y cuando le preguntaba, me revelaba cosas que iban a suceder y que de hecho ocurrían. Pero yo creía que le pasaba lo mismo a todas las personas que comulgaban.”
En carta a su padre, pidiendo permiso para ser carmelita, relata: “Desde pequeña amé mucho a la Santísima Virgen, a la que le confiaba todos mis asuntos. Sólo con Ella me desahogaba. Ella correspondió a ese cariño; me protegía, y escuchaba siempre lo que le pedía. Y Ella me enseñó a amar a Nuestro Señor (…) Un día (…) escuché la voz del Sagrado Corazón que me pedía ser toda suya. No creo que haya sido una ilusión, porque en ese mismo instante me vi transformada: la que buscaba el amor de las criaturas, no deseó sino el de Dios.”
Ya en el Carmelo de Los Andes, le escribe al Padre Colom, SJ: “También Nuestro Señor se presenta ante mí, a veces, interiormente y me habla. Durante aproximadamente una semana, lo vi en la agonía, pero de una manera tal como jamás habría soñado. Sufrí mucho, porque esa imagen se me aparecía constantemente y me pedía que lo consolara. Después fue el Sagrado Corazón en el tabernáculo, con el rostro muy triste. Y por último, el día del Sagrado Corazón, se me presentó con una ternura y belleza tal que mi alma se abrasaba en su amor.”
Esclava de María y grandes pruebas
La joven Juanita ingresó al convento de Los Andes el día 7 de mayo de 1919, tomando el nombre de Hermana Teresa de Jesús. Hizo votos de pobreza, obediencia y castidad el 27 de junio y recibió el hábito de novicia el 14 de octubre del mismo año. El día 8 de diciembre se consagró como esclava de María, según el método enseñado por San Luis Grignion de Montfort. En adelante, todos sus actos y sacrificios serían para la Madre de Dios. “Acordé con la Santísima Virgen que Ella pasara a ser mi sacerdote, que me ofreciera a cada momento por los pecadores y por los sacerdotes, pero bañada con la sangre del Corazón de Jesús”– escribió.
En el breve tiempo pasado por Juanita en el convento, su Superiora, con una extraordinario sensibilidad para las almas, determinó que continuara su apostolado por medio de cartas a su familia y a sus amigas. Los resultados no se hicieron esperar. Su madre se hizo terciaria carmelita. Su hermana menor, Rebeca, ingresó en el mismo convento, meses después de la muerte de la Hermana Teresa. Varias de sus amigas, jóvenes de la mejor sociedad, le tenían una estima y admiración tan grandes que decidieron consagrar sus vidas a Jesús, en el Carmelo o en otros institutos religiosos.
Atravesando crisis y ambientes diversos, perduran hasta hoy los efectos de su buen ejemplo, atrayendo a muchas jóvenes hacia la vida contemplativa y también para las actividades de apostolado laico en la sociedad.
El 1º de abril de 1920 la Hermana Teresa enfermó gravemente. Ante la inminencia de su muerte, y dada la santidad de su vida, la Superiora permitió que hiciera los votos de carmelita profesa y Esposa de Cristo in articulo mortis, el día 7 del mismo mes.
Pero estaban por llegar las grandes pruebas espirituales que una víctima expiatoria acostumbra recibir. Quiso Dios que ella, como otros santos, sufriera la terrible sensación de haber sido no sólo abandonada sino condenada por Él. Así, ardiendo en fiebre, hacía esfuerzos por sacarse el escapulario y apartar los objetos de piedad que la rodeaban. En un abrumado tono de voz, exclamó: “¡Nunca pensé que la Santísima Virgen me fuera a abandonar!”. Después de cierto tiempo de terrible lucha, se fue calmando poco a poco, hasta que en un momento dijo sonriendo, como si hubiera tenido una visión: “¡Mi esposo!”
Murió suavemente tres días después, el 12 de abril de 1920, a tres meses de cumplir veinte años.
De forma inesperada, el pueblo de la ciudad de Los Andes acudió en gran número al velorio de esa monja casi desconocida, que apenas vivió nueve meses en el convento. Muchos pedían permiso para tocar sus objetos de piedad en el cuerpo de la “santa”, todos recibían gracias de paz, de cariño, de fervor y de piedad.
El 3 de abril de 1987, S.S. Juan Pablo II beatificó a la Hermana Teresa. Su fama de santidad creció de forma impresionante en Chile y en todo el mundo, sin que nadie se preocupara de difundirla. Por fin, el mismo Papa la canonizó el 21 de marzo de 1993.