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La voz del silencio

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¿Es el silencio una simple ausencia de ruido o de comunicación? No siempre… A menudo habla más que las palabras, abriendo los oídos del alma a las sublimidades de lo sobrenatural.

 

Hna. Gabriela Victoria Silva Tejada, EP

¿Quién de nosotros ha conocido las acaloradas discusiones en las plazas o incluso las tradicionales conversaciones en familia? ¿O tiene la costumbre de buscar una buena lectura para pasar una tranquila tarde de entretenimiento?

Infelizmente, no muchos. Somos la generación de los smartphones, ipods, tablets… Los momentos de alegre convivencia o de plácido recogimiento parecen haber sido relegados por nuestra sociedad tecnológica a un pasado ya remoto. Por lo tanto, ¿no sería anacrónico hablarle al mundo actual sobre la voz del silencio?

¡Todo lo contrario! Este mundo nuestro de la comunicación instantánea necesita, más que nunca, de la fecundidad y del esplendor escondido en él.

La expresividad de ciertos silencios

kiEl silencio no puede ser considerado solamente por su aspecto negativo, es decir, la simple exclusión de palabras o aparente falta de comunicación, porque, cuántas veces, mucho habla. Ésta es una verdad conocida por la experiencia personal. A menudo dejamos trasparecer lo que ocurre en nuestro interior mediante el silencio.

A través de él afirmamos, negamos, consentimos, reprobamos o manifestamos nuestra alegría o recriminación en relación con algo, a veces con más significado que si hubiéramos dicho unas frases.

De este modo, en diversas ocasiones el silencio es un extraordinario instrumento capaz de transmitir más ideas que las propias palabras. Incluso Jesús en el momento de la crucifixión, después de dirigir aquellas imperecederas palabras al buen ladrón -«hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43) -, le ofreció un frío silencio al mal ladrón, que le valió más que un colosal discurso. «¡Cuánta expresividad tiene el silencio de una persona como Nuestro Señor Jesucristo!».1

Apartarse del bullicio para oír a Dios

El Antiguo Testamento narra, por ejemplo, que el Señor le prescribió a Moisés que los israelitas le presentaran sus ofrendas «en el desierto» (cf. Lv 7, 38), lo cual es símbolo de aislamiento, soledad y silencio. Y cuenta que Judit, al enviudar, «vivía en una habitación que había mandado construir sobre la terraza de su casa» (Jdt 8, 5); y ahí en el recogimiento, hacía penitencia y ayunos, llevando una vida de relación con Dios.

En efecto, para vivir de Dios, con Él y para Él, muchas personas abandonan el bullicio del mundo y abrazan el aislamiento, porque así se escucha mejor su voz. «Los mayores santos evitaban cuanto podían la compañía de los hombres, y elegían el vivir para Dios en su retiro».2 No sin razón enseña San Juan de la Cruz: «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma».3

Dios nos habla y nos oye en el silencio

santa-maria_maddalenade-pazzi1En el silencio, por tanto, el Espíritu Santo actúa en las almas. El padre Plus cita una elocuente descripción de dicha acción del Paráclito, de la pluma de Santa María Magdalena de Pazzi «Habla sin formar palabras y su divino silencio es oído de todos. […] Sin necesidad de escuchar, oye la palabra más mínima que se dice en el más íntimo fondo del corazón».4

Dios comprende perfectamente nuestro silencio, el cual es, por cierto, uno de los medios más usados por Él para relacionarse con sus criaturas inteligentes y revelarles las maravillas que sólo pueden ser entendidas en la sacralidad y tranquilidad sublime de la atmósfera sobrenatural.

¿Cuáles son esas maravillas que Dios nos revela a través del silencio? ¿A qué nos invita? Con hermosas y poéticas palabras el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira interpreta la invitación divina recibida por el alma que se recoge: «Óyeme, porque el timbre de mi voz es grave y suave… Óyeme, porque lo que tengo que decirte eleva el alma, descansa y entretiene. Óyeme, porque mis palabras dan a tu alma cierto consuelo, cierta luz, cierta paz que tú habías olvidado que existe, y que ahora, cuando te habla, te invita a soledades maravillosas de las que habías perdido el recuerdo y la nostalgia. […]

Pero a fuerza de hablar con el silencio, tú mismo empiezas a ser uno de los que, por el silencio, ¡hablan! Tu silencio interior también te hace oír palabras y comienzas a entender, a decir dentro de ti mismo, que no es un recuerdo que eso te trae: ¡es una esperanza! Son los días venideros que te esperan en su gloria».5

Eficaz medio de santificación

escritos-dCuando nos abstenemos de pronunciar palabras ociosas o banales, cuando nos silenciamos para oír sabios consejos o leer palabras para nuestro enriquecimiento intelectual o espiritual, evitamos el pecado y nuestra alma oye mejor la voz de la gracia, se halla más dispuesta a afrontar con valentía las dificultades de la vida, aprende a elevar la mente a Dios y a vivir en su presencia.

Por consiguiente, el silencio es un eficaz medio de santificación. El que sabe hablar con moderación practica las virtudes con más facilidad. «Es el silencio que nos hace humildes, que nos hace sufridos, que al tener una pena nos la hace contar solamente a Jesús, para que Él también en silencio, nos la cure sin que los demás se enteren…

El silencio es necesario para la oración. Con el silencio es difícil faltar a la caridad; con él se agradece más que con palabras el amor y el cariño de un hermano»,6 dice San Rafael Arnáiz. «Es el silencio guarda de la religión y en el que está nuestra fortaleza», 7 afirma el gran San Bernardo.

Los que disfrutan de ese silencio en esta tierra, todo lo soportan, son desapegados de las cosas sensibles y meramente materiales, y gozan, en cierta manera, de la bienaventuranza eterna.

1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Devoção ao Sagrado Coração de Jesus. In: Dr. Plinio. São Paulo. Año XIV. N.º 155 (Febrero, 2011); p. 10.
2 KEMPIS, Tomás de. Imitação de Cristo. L. I, c. 20, n.º 1. Lisboa: Verbo, 1971, p. 30.
3 SAN JUAN DE LA CRUZ. Ditos de luz e de amor, n.º 98. In: Obras Completas. 7.ª ed. Petrópolis: Vozes; Carmelo Descalço do Brasil, 2002, p. 102.
4 SANTA MARÍA MAGDALENA DE PAZZI, apud PLUS, SJ, Raúl. Cristo en nosotros. Barcelona: L. Religiosa, 1943, p. 153.
5 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 18/2/1985.
6 SAN RAFAEL ARNÁIZ BARÓN. Escritos. Año 1934, n.º 270. In: Obras Completas. Burgos: Monte Carmelo, 2002, p. 291.
7 SAN BERNARDO DE CLARAVAL. Primer domingo después de la Epifanía. Sermón II, n.º 7. In: Obras Completas. Barcelona: Rafael Casulleras, 1925, v. I, p. 194.

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